El “September Effect” es uno de los patrones más conocidos —y temidos— en la historia de la bolsa. A lo largo de casi un siglo de registros, septiembre ha sido consistentemente el mes con peor desempeño para los inversionistas.
En 2025, el contexto no es diferente. El S&P 500 cerró agosto cerca de máximos históricos, alcanzando $6,460 después de tocar un récord de $6,501 el 28 de agosto. Sin embargo, la estadística es clara: desde 1928, el índice ha caído en septiembre un promedio de -1.17%, con retrocesos en el 56% de los casos. En años presidenciales, el promedio negativo se amplía a -1.62%.
¿Qué explica esta debilidad estacional?
– Rebalanceo de fondos institucionales: los fondos de pensiones y mutuos suelen ajustar portafolios al cierre del trimestre. Cuando las acciones suben más que los bonos, venden renta variable para volver a equilibrar.
– Menor participación retail: según Citadel Securities, la compra minorista suele caer tras el verano (en el hemisferio norte), tocando su punto más bajo en septiembre.
– Pausa en recompras corporativas: las compañías acostumbran suspender sus programas de recompra antes de los reportes trimestrales, reduciendo una de las principales fuentes de demanda.
Aunque el “September Effect” no es una regla absoluta, sí es una advertencia importante para quienes operan en el corto plazo. Para los inversionistas de largo plazo, septiembre puede incluso representar oportunidades, siempre que se mantenga una estrategia disciplinada y diversificada.